En 7 de cada 10 municipios de Colombia solo hay una biblioteca pública, mientras que en muchos otros ni siquiera existe este tipo de infraestructura. Así lo revela un reciente informe de Laboratorio de Economía de la Educación (LEE) de la Universidad Javeriana, el cual relaciona esta situación con los pobres hábitos de lectura de los colombianos, así como con el bajo nivel que los estudiantes del país obtienen en esta competencia básica, considerada fundamental no solo en el trasegar formativo, sino para la vida diaria.
Para ello, los investigadores usaron los últimos datos publicados por el Dane en la Encuesta Nacional de Calidad de Vida, así como el directorio de bibliotecas públicas del país, administrado por la Biblioteca Nacional de Colombia, entidad adscrita al Ministerio de Cultura.
Los resultados son preocupantes. Y es que se encontró que en el país hay 1.541 bibliotecas públicas abiertas y en funcionamiento. Estas se ubican en 1.020 municipios. Esto implica que hay un poco más de 1,5 bibliotecas por cada municipio.
Se trata de un número bajo que se hace más preocupante al encontrar que mucha de esta infraestructura se concentra más en algunos centros urbanos que en otros. Y es que el 69 por ciento de los municipios solo cuentan con una biblioteca pública, el 15 por ciento tienen 2, solo el 7 por ciento cuenta con 3 o más, mientras que el 9 por ciento no tienen ninguna.
Si el acceso no es fácil, va a haber una barrera en el fomento de la lectura de los niños, niñas y adolescentes en un país donde los niveles de lectura son realmente precarios
En otras palabras, un total de 102 municipios en Colombia no tienen ni una biblioteca pública para atender a su población, en especial a los estudiantes de colegios, que en algunas regiones, ante la falta de conectividad, necesitan de estos materiales para poder acompañar su proceso formativo.
“Las bibliotecas son lejanas y escasas en los diferentes territorios del país. Y, adicionalmente, de las que hay, no se conoce realmente cuál es su estado, si están abandonadas, casi vacías o descuidadas. Entonces tenemos que si el acceso no es fácil, va a haber una barrera en el fomento de la lectura de los niños, niñas y adolescentes en un país donde los niveles de lectura son realmente precarios, comparados con otros países”, explicó Gloria Bernal, codirectora del LEE y una de las autoras del informe.
Y es que la accesibilidad a recursos de lectoescritura no es nada sencilla. De hecho, cerca del 48 por ciento de las sedes educativas registran una distancia promedio a pie con la biblioteca más cercana de una o más horas. El 12 por ciento de estas están a una distancia promedio de menos de media hora; un 18 por ciento, entre 30 y 45 minutos; y el 22 por ciento, entre 46 y 60 minutos.
Así las cosas, pese a la aparente alta cobertura del 93 por ciento de los municipios del país, resulta en la práctica que hay un difícil acceso para las comunidades educativas, ya que el 70 por ciento de los estudiantes tardaría más de 45 minutos en llegar a una biblioteca, lo cual es problemático, en especial en zonas rurales.
Rajados en lectura
El poco acceso a la biblioteca, y por extensión a libros y materiales literarios y académicos, sostienen los investigadores, estaría teniendo una seria repercusión en el desempeño que presenta el país en competencias y hábitos de lectura. De acuerdo con Bernal, “si contamos con barreras enormes en el acceso a bibliotecas, tenemos entonces grandes dificultades para fomentar las habilidades lectoras y, por lo tanto, un estancamiento en el nivel académico y en las condiciones de vida a las que una persona puede aspirar”.
La escritura es una competencia altamente demandante a nivel cognitivo y, a diferencia del lenguaje oral, no se desarrolla en la mayoría de las personas de manera natural
Y es que, según el último Estudio Regional Comparativo y Explicativo (Erce), realizado por la Unesco en toda América Latina en 2019, revela que, para el grado tercero, el 35,8 por ciento de los estudiantes colombianos no alcanza los niveles mínimos de aprendizajes y competencias de lectura.
Pese a que estos números son un poco mejores al promedio regional, a nivel mundial resultan ser mucho menos que modestos. No solo eso, implican también un retroceso con respecto a la medición anterior del año 2013, cuando este número fue del 32,1 por ciento.
Pero más grave aún es que, a lo largo de la trayectoria educativa, año tras año esta brecha se va ampliando, al punto de que en grado sexto, quienes no cumplen con esas competencias básicas ya son el 62,5 por ciento de los estudiantes.
Por extensión, esta problemática trastoca otra competencia básica: la escritura, una habilidad que se aprende y se refuerza por medio de la lectura. Así lo explica Claudia Uribe, directora de la Oficina Regional para América Latina y el Caribe de la Unesco: “La escritura es una competencia altamente demandante a nivel cognitivo y, a diferencia del lenguaje oral, no se desarrolla en la mayoría de las personas de manera natural. Es por ello que hay que enseñarla desde los niveles más tempranos del proceso educativo y seguirla practicando y enseñando de manera intencional a lo largo de toda la trayectoria escolar”.
Y agregó: “Hoy en día, la escritura es una de las competencias más exigidas en el entorno laboral, siendo crítica para el buen desempeño en múltiples oficios y profesiones. La escritura ayuda a pensar, a ordenar y transmitir las ideas, a interactuar con otros de manera indirecta y asincrónica, a comunicar y plasmar de manera duradera los pensamientos, reflexiones y aprendizajes, entre muchas otras funciones. El desarrollo de altos niveles de competencia en escritura es un imperativo para todos los sistemas educativos”.
De esta forma, la mala comprensión lectora de los estudiantes colombianos ha llevado a que, en las mismas pruebas, el 63 por ciento de ellos escriba textos en un género diferente al solicitado.
Y esta no es la única medición que muestra lo mal que está el país en lectura. De hecho, de acuerdo con la Encuesta Nacional de Calidad de Vida del Dane, solo el 24,3 por ciento de la población entre 5 y 17 años de edad lee libros fuera de su jornada escolar. “Ese es solo un reporte, porque puede que en realidad digan que leen porque es políticamente correcto, o que el tiempo y la calidad de su lectura sea bastante pobre”, sostiene Bernal.
Este número, que refleja la estadística actual, muestra también una reducción considerable con la misma cifra de la época prepandemia. Y es que en el año 2019 este número fue del 29,3 por ciento.
Impactos de tener pocas bibliotecas
Los resultados del informe evidencian que el país tiene importantes retos en términos de promoción y acceso a la lectura, especialmente en edad temprana. En este orden de ideas, dicen los investigadores, es clave que los niños, niñas y adolescentes tengan, por un lado, fácil acceso a libros y, por otro, se les promueva a leer desde una edad temprana a través de campañas y otras estrategias.
Y gran parte de esa promoción vendría con la construcción de más bibliotecas públicas, teniendo como premisa que, como mínimo, cada uno de los municipios del país cuente con su propia biblioteca pública, y que estas cuenten con programas de promoción de lectura, ojalá articuladas con las instituciones educativas. En las zonas rurales, el informe sugiere la implementación de estrategias ya probadas anteriormente como los ‘bibliobuses’.

La Biblioteca Luis Ángel Arango se inauguró el 20 de febrero de 1958.
Claudia Rubio/EL TIEMPO
De no hacerlo, las consecuencias pueden ser graves. Así lo explica la codirectora del LEE: “Parte de los problemas que tenemos en la educación en Colombia es por esto, dado que se está frenando el proceso educativo de los menores. La lectura es la base para todas las otras áreas del conocimiento. Bajos niveles en esta competencia, por ejemplo, están relacionados con problemáticas como la deserción escolar”.
Para Armando Soler, quien asesora a varios colegios en recursos bibliotecarios, el beneficio de invertir en estos recursos serían mucho más grandes que solo fortalecer las habilidades lectoras: “La importancia de tener más bibliotecas públicas, de fortalecer las existentes, y de promover realmente su uso sin duda ayudaría a mejorar estos índices, pero también tendría una función adicional, y es acompañar y fortalecer el proceso educativo de menores que, sin ellas, hoy no cuentan con materiales educativos en matemáticas, ciencias, sociales e inglés, materiales necesarios para asegurar los aprendizajes”.
Así las cosas, para Bernal es urgente intervenir en esto, porque los problemas de lectoescritura, que ya eran graves antes de la pandemia, se acrecentaron con la misma, afectando especialmente a quienes en esos años cursaron primero y segundo de primaria.
Esta es una realidad que ha sido incluso mencionada por el Ministerio de Educación, entidad que señala que existe evidencia que sostiene que un elevado número de alumnos que hoy están en cuarto grado no sabe leer.
REDACCIÓN EDUCACIÓN