Sin buena información andamos a ciegas.

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MARCELA MELÉNDEZ 21 de noviembre 2023, 12:00 A. M.

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Tomar buenas decisiones sin la información adecuada es imposible. A nivel personal es clarísimo. En el momento de elegir el colegio donde irán los hijos, los bienes de consumo durable –neveras, lavadoras, automóviles– que se van a adquirir, los bienes de consumo, los instrumentos de ahorro e inversión para la familia, etcétera, el individuo juicioso estudia todas las opciones que se ajustan a sus posibilidades y preferencias, buscando la información que está disponible.

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Es cierto que a veces se elige a oscuras. No todos los padres consultan cómo le va al colegio donde irán sus hijos en las pruebas estandarizadas, ni cuál es el paso siguiente de los estudiantes cuando se gradúan. En nuestros países, para muchos, la distancia a la que está el colegio de la casa o el estatus (tan equivocadamente) asociado con la educación privada son factores de decisión suficientes. Algunos elegimos más a ciegas que otros, o tenemos menos libertad para elegir. Pero es una regla que se elige mejor cuando se parte de la información más completa.

Lo mismo ocurre con las decisiones que toman los gobiernos. Las encuestas de hogares, las encuestas empresariales, los censos, y los registros administrativos de las agencias gubernamentales entregan a los gobernantes información a la que no sería posible acceder de otra manera, que es necesaria para priorizar las áreas de acción y gobernar bien. Gracias a las encuestas de hogares se sabe, por ejemplo, que más de dos terceras partes de las personas en la región trabajan por cuenta propia o en negocios de menos de diez empleados y que, entre las últimas, la mayoría trabaja en negocios muy chiquitos, de menos de 5 trabajadores. El paisaje del aparato productivo que aparece cuando se considera esta información es muy diferente del que emerge al considerar solamente las encuestas empresariales. Y mediante el cruce de los datos de encuestas con los registros administrativos, y de los registros administrativos de las distintas fuentes entre sí, se aprenden detalles sobre la actividad de las empresas que reciben subsidios y pagan impuestos, por ejemplo.

El peor de los mundos sucede cuando existiendo información y datos de buena calidad, las personas a cargo de diseñar programas y políticas toman decisiones sin consultarlos.

El buen diseño de políticas y programas requiere una comprensión básica sobre la forma en la que operan los mercados que son intervenidos y sobre cómo es razonable esperar que reaccionen las partes que se ven afectadas por la acción del Estado. Pero el entrenamiento para pensar en estas cosas no es suficiente cuando no hay buena información sobre esos mercados. Piensen, por ejemplo, en el crimen organizado –posiblemente el mayor flagelo de nuestros países en la actualidad–. Mientras no exista mejor información sobre las formas en las que opera, los barrios y los territorios que controla, las prácticas de reclutamiento que emplea, y los canales por los que mueve la plata, es imposible diseñar una estrategia exitosa para contener la expansión de su actividad y la violencia asociada con ella.

La necesidad de producir sistemáticamente información de buena calidad en todas las áreas de interés de la sociedad es indudable y, sin embargo, con demasiada frecuencia las oficinas nacionales de estadística de los países de la región no cuentan con el presupuesto necesario para desempeñar bien su labor. Los gobiernos rara vez las priorizan a la hora de asignar los recursos, y tampoco priorizan la modernización de los sistemas de información de las distintas agencias del Estado. Así andamos con frecuencia a ciegas.

El peor de los mundos sucede, sin embargo, cuando existiendo información y datos de buena calidad, las personas que están a cargo de diseñar los programas y las políticas toman decisiones sin consultarlos, con el costo que eso puede representar. Es el escenario más triste, porque en él suelen primar el revanchismo político, las ideologías o el populismo.

MARCELA MELÉNDEZ

(Lea todas las columnas de Marcela Meléndez en EL TIEMPO, aquí)

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Sin buena información andamos a ciegas.

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